Translate

martes, 24 de julio de 2007

Perdón por la escapada (cuento)

Perdón por la escapada. No pude resistir la tentación de una escalera frente a mi ventana. No pude resistir las ganas de probar el vacío y fugarme desde mis ojos para derramarme entre ustedes. Con todo y mis zapatillas rojas. Desde esta ventana, alegre y amarilla ventana, abierta de par en par, puedo ver cómo se pasean las vidas anodinas de tanta gente que se cree feliz. Se me ponen los pelos de punta y me entra un aburrimiento asesino, y aún así, la tentación de volar, de bailar, de girar sobre mí misma y desprenderme en miles de pasos alborotados por las aceras y las calles le gana a todo lo demás.
La altura me hace temblar las rodillas y no encuentro cómo dar la vuelta en el marco de la ventana para pararme en el primer peldaño de espaldas al vacío y de frente a mi cuarto oscuro. Siento el frío y el calor de ambos espacios y casi puedo nadar entre ellos. Hago equilibrio, me agarro de la ventana entreabierta y vuelvo a sumergirme en el cuarto.
Ahora, agachada, y sosteniendo desde adentro la escalera, asomo mis ojos, poco a poco, para volver a mirar. La luz contrasta con mis pensamientos. Voy a revisar todo. Algo debe haber en el cuarto que logre llamarme y quitarme esas ideas extrañas de la cabeza. Saco cajones, miro en armarios y me paro frente al espejo para desnudarme a prisa y encontrar los tiradores que me permitan abrir mis propias gavetitas de secretos y dolamas etéreas. Hasta veo mis propias ventanitas cerradas herméticamente en mi piel, que ya se ha ido soltando con los años y que probablemente termine por dejar que se entreabran las ventanas, las puertas y hasta las misteriosas alacenas de palabras jamás dichas que con tanto cuidado he ido coleccionando a través de la vida. En una de ellas me veo asomada a mí misma, con la cara toda asustada y luchando por correr las cortinas. En otra de ellas veo un corazón, rojo y agitado, que se esmera por tocar en los cristales dejando su huella húmeda y locuaz.
La otra ventana, la del cuarto, la grande y abierta, la de la escalera, la alta e intimidante, me sigue llamando. La luz que entra de la calle ahora se adorna con música. ¿De dónde sale? ¿De dónde esas risas? No distingo si vienen de afuera, o de alguna de mis gavetitas. Sigo desnuda pero no descalza. Tengo mis zapatillas rojas, que se mueven solitas hacia la ventana.
¿Bailo? Alguien me llama desde afuera y me asomo nuevamente, extrañada, y me veo a mí misma, azorada, parada cinco pisos más abajo, mirando fijamente hacia el centro del marco amarillo de mi ventana. Me tiro en el piso, me escondo, me tapo la cabeza con los brazos y cierro los ojos bien apretados. Es un sueño. Todo sigue girando. Miro a través de mis pestañas y es verdad, todo gira, me sigo llamando desde la calle y estoy desnuda en el cuarto, con mis pies moviéndose solos y mis manos tratando de aferrar la alfombra, las gavetas, el espejo, las cortinas, las patas de la cama, el espejo de mi abuela. Mis pies bailan y asustada, me acuerdo de otras zapatillas rojas, del descontrol, de las escapadas involuntarias a los campos, las ciudades y los caminos que se recorren por el gusto de recorrerlos sin querer llegar a ningún lado en especial. Recuerdo los espectadores, la reprobación, los aplausos, la incomprensión y el vacío letal. ¿Qué vara mágica agitó mis pies? ¿Dónde están las manos de mis actitudes prepotentes? ¿Las que me mantienen erguida y con los pies bien plantados en el piso?
No hay otras manos que las mías, no hay otro piso que el que se escurre debajo de mí para escaparse por las ranuras bajo la puerta para encoger este cuarto y no dejarme otra opción que la ventana. Perdón por la escapada, por los bailes voladores que me salen por voluntad, por al fin y al cabo ni usar la escalera, y cruzar el marco amarillo para terminar acá abajo, derramada y feliz, fugándome entre los pasos de otras y riéndome de la libertad que me negué hasta ahora.

No hay comentarios:

Publicar un comentario