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lunes, 19 de octubre de 2009

Apología de la Vagina


Presentado en "Fetiche", del Colectivo Homoerótica
16 de octubre de 2009, Teatro Coribantes

Yo soy… una vagina. Una chocha, como le dicen por ahí. El fetiche por excelencia aunque los sicólogos lo nieguen. Claro que soy fetiche. Soy la que convierte en obscenas palabras comunes como “cuca”, “papaya”, “concha” y hasta algo tan cute como “tuti”. Soy la omnipresente, y perdonen que me sonría, pues quien me busca me encuentra en vasos y vasijas, manzanas, delfines en el delta del Amazonas, fetiches de fertilidad, vírgenes desnudas… y muñecas de plástico. No hay zapatos de tacón alto que se me paren al lado.

“Vessica piscis” me han llamado en otras épocas. Vasija de pez… la que contiene la capacidad de crear el universo y el poder para absorberlo. ¡Divina! Tan divina que puedo parir al hijo de un dios sin perturbar mi himen y tan demonia que soy capaz de dar un buen mordisco al pene atrevido que se subleve ante las leyes divinas. Mitos de la Edad Media claro. Pérdida de tiempo para evitar la fornicación porque como dice el refrán, más hala uno de mis pelos que un arado de bueyes.

¡Qué cosa esta de ser fetiche! Soy el objeto del deseo, la obsesión misma… el olor que impregna una noche de sexo, los labios que se besan con una boca ávida y palpitan húmedos prometiendo un torrente de sabores, soy la que se abre para dar vida y la que se hermana con la sangre de las lunas para aullar de placer cuando los ciclos me eternizan en mis hijas…
Soy de carne y de otras miles de sustancias y constituciones porque me hago infinita en las imitaciones que se usan para recrearme. ¡Ah, los pañuelos satinados! ¡Las cavidades estrechas y elásticas! ¡Todo roto crica!

Hay sus riesgos en esto de ser fetiche. ¡Oh sí! Eso pone en riesgos a otras vaginas que yacen cómodas y tibias entre las piernas de las mujeres del planeta. Hace frágiles a niñas, mujeres y viejas. Es así, como tras la quimera de una vagina sumisa y dispuesta, hay macharranes engreídos que no entienden un no y ejercen su poder para traspasarme con su violencia hueca. Otros, creyéndose dueños de mi interior, mercadean cuerpos femeninos y se enriquecen de la demanda de fetiches que abarrota los mercados de humanos del planeta. Venden vaginas como se venden vírgenes y crucifijos a los devotos de otras divinidades. A veces quisiera desprenderme de las mujeres y dejarlas ser libres, pero luego pienso, ¿y el placer dónde queda? Tremenda encrucijada. Tal vez la teoría evolucionista nos deje saber si algún día podré echar dientes de verdad.

Los tacones no pasan por estas cosas, ni qué decir de la ropa en cuero… mucho menos un par de esposas y en última instancia, hasta los pies se salvan de tanta violencia. Si ser fetiche es ser objeto, creo que me los gané a todos, pero pensándolo bien, no me alegra mucho esa victoria. Miles de cosas representándome, miles de deseos persiguiéndome, miles de diosas con vaginas gigantes, miles de eufemismos para mantenerme presente en las épocas de oscurantismo… y sin embargo, despreciada, violada, ultrajada… sujeta a otras voluntades.

No sé qué piensan ustedes, pero para mí esto está a punto de terminar. Creo que necesito meditar. ¿De qué vale ser fetiche y no tener a quién dominar? Ok, ok… tampoco eso se vale. ¡Respeto es lo que hay que reclamar! Porque en verdad, ni soy roto ni cosa que ande huérfana de cuerpo por ahí. Soy una mujer y parte de la humanidad.

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