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miércoles, 18 de diciembre de 2013

Carta a una amante vampira

(Originalmente publicado en marlynce.com)


“I close my eyes
Only for a moment and the moment's gone
All my dreams
Pass before my eyes with curiosity

Dust in the wind
All they are is dust in the wind…”
KANSAS - DUST IN THE WIND

 
Te escribo esta carta sentada a la orilla del mundo y meciéndome suavemente entre suspiro y suspiro. Estoy bañándome de sol.  Cierro los ojos y las hojas de los árboles se escuchan como un mar.  Un mar verde y dorado que se balancea con la respiración del bosque.  Respiro yo también.  Aguzo mis oídos y escucho cómo mi sangre late en una carrera desbocada por mi cuerpo.

 
Llevo días y días en silencio.  Pero hoy te escribo.  Solté el bolígrafo un momento para estirar mis brazos y mirar mis manos.  Llevo las uñas azules.  Mi hermana bromeó cuando me vio pintándomelas: “¿Uñas de verano?”  “Uñas de muerta que camina”, pensé yo.  Pero sé que no estoy muerta.  Recuperé el calor de mi piel y puedo sentir cada parte de mi cuerpo agradeciendo el sol.  Siento la brisa que mueve el polvo de algún camino en la lejanía…

Esta mañana me atreví a mirarme en el espejo.  El espejo ése del que te hablé y que lleva años en mi familia.  Su marco está teñido de rojo y dorado.  Un rojo sospechoso, ahora que lo pienso.  Demasiado parecido a la sangre.  Demasiado intenso.  Con la extraña cualidad de cambiar su tono según quién se mira en él.

 
Por eso te escribo.  Me vi y me reconocí. Y cuando me reconocí, recordé lo que es pasar de largo frente a hileras de espejos incapaces de reflejarme.  Recordé cómo me obligaba a pasar frente a ellos en los extraños bares que frecuentaba contigo y me estremecí.  El rojo del espejo se hizo casi negro.  Me mordí los labios hasta hacerlos sangrar porque quería ver mi sangre casi negra.  Quería saber que la tenía.  También la quería saborear. 

 
Mi hermana mayor es paciente.  La segunda, no tanto.  Aun así, ambas me alimentan, me bañan y me peinan todos los días desde que llegué acá.  Una de ellas, tararea canciones que sabe que me gustan.  Dejaron de hacerme preguntas casi desde el primer día que me trajeron.  No fui muy cooperadora.  Quería morderlas.  No por hambre.  Por rabia.  Porque me separaron de ti.  Porque sabía que, para colmo, muy probablemente tenían razón en todo lo que decían. 

 
¿Recuerdas cómo me gustaba “Dust in the Wind”?  ¡Cómo amaba hacer el amor contigo escuchando el violín nostálgico de esa canción!  Imaginar el paso del tiempo, y sentir que era imposible convertirnos en polvo efímero porque éramos eternas!  Las noches eran largas, pero los días a la sombra de la vida lo eran más…  Días tan largos que hicieron venir del otro lado del mundo a mis hermanas para ver qué era de mí en medio de un silencio ciego y espeso que me ocultaba a su vista.

 
Yo me reí como una loca la primera vez que las escuché decir que eres una vampira.  Les pregunté si ese era su último recurso para traerme a casa.  Si me creían tan idiota como para tratar de venderme una historia imposible.  ¡Vampira!

 
Pero a pesar de mi risa, algo de mi fe en ti se resquebrajó.  Como cuando ya una copa está rota y la grieta que comenzó como una fina línea que podemos pasar por alto de momento se transforma en la grieta que amenaza con partir todo a la mitad y derramar el vino.  Por esa grieta se colaron los recuerdos de tus deslealtades.  Las pequeñas y las grandes.  Las que una insiste en no mirar.  Recordé las cartas que enviabas a tu amante y que firmabas como “Vampira Fugitiva”.  Así las firmabas, claro que sí.  Sólo que la firma no me había importado.  El helado con Baileys y las narraciones de encuentros furtivos en días lluviosos me impactaron más que esa firma ridícula y oscuramente kitsch.

 
Yo debí reconocerte y reconocerme desde el principio.  Tu insistencia en la oscuridad, tus desapariciones diurnas, tu hambre insaciable de todo lo que representara vida y vuelos de libélulas apalabradas…

 
No me asustaba saber que el mundo entero volaba a una velocidad vertiginosa fuera de nuestra ventana.  La luz te daba dolor de cabeza.  Te asustaba la gente que me rodeaba.  Eran demonios, decías. Pasabas de la fragilidad que rayaba en la inutilidad a la violencia de quien se impone a como dé lugar. Llegué a creer que sin mí perecerías, que ambas pereceríamos y, de momento, todo en mi mundo eras tú.  Todo fue noche.  Todo fue canción… “Dust in the wind… all we are is dust in the wind…”, un violín que se repetía, el hambre insaciable, el cansancio de la vida de afuera, la mente confusa, el deambular en multitudes como si no estuviera en mi cuerpo, evadir los espejos, evadir el sol, huir de mis hermanas, poner el teléfono en silencio, dejar de comer, dejar de reír, sentir una amargura culpable por querer abandonarte, sentir una ternura infinita al abrazarte, querer protegerte, tenerte miedo, pedirte que no me dejaras cada vez que amenazabas con irte como un aleteo de mariposa nocturna, jadear que te amaba cuando me devorabas, querer devorarte, querer rasgarme en dos para huir de ti y a la vez querer fundirme en ti, querer poseerte, torturarme con dudas, torturarte con dudas, el olor a mirra, tu lengua lamiendo mis muñecas sangrientas, la somnolencia, la fiebre, las pesadillas contigo sentada a la cabecera de la cama de manera imposible mientras me mirabas dormir.  ¡Estaba muriendo!  Estaba muriendo y tú lo sabías.  No te importaba, ¿verdad? 

 
Mis hermanas creyeron que me estaba automutilando.  Que me estaba volviendo loca.  Hasta que te conocieron.  Te estuvieron observando un tiempo.  Ya no eras tan encantadora cuando te miraron de cerca.  Reconocieron tu rostro porque es el rostro del hambre de energía que no se sacia.  Ya te habían conocido ellas mismas.  Todas te conocían menos yo.  Me visitaban en tus ausencias.  No sé cómo logré guardar sus consejos en el fondo de mi mente.  Ni siquiera quería creerles.  Sólo sé que yo era tu prisionera y que era incapaz de abandonarte.  Hasta que poco a poco se fue formando en mi mente la idea, la convicción, de que serías tú quien me abandonaría.  Esa era mi puerta de escape.  Mis hermanas lo sabían.  Y estaban esperando el momento.  Mientras, yo comencé a desaparecer.  Aunque me mirara en los espejos no me veía.  Esperaba, esperaba y rezaba para que estuviera equivocada, para que mis hermanas estuvieran equivocadas, para no tener que escuchar tus palabras de adiós.

 
Los días se fueron haciendo más cortos y las noches más largas.  Ya apenas tenía con qué alimentarte.  Tú me recriminabas.  La culpa fue mía.  Y dijiste que te ibas.  No te detuve.  Todo fue oscuridad por días y días.  Cuando mis hermanas llegaron a buscarme, grité, pateé, escupí como una loca.  Mi hermana mayor me dejó gritar y retorcerme hasta dormirme tirada por el piso.  Me bañó, me vistió, me peinó y me alimentó mientras me cantaba canciones de Los Beatles.  Esas también nos gustaban.  Bueno, no sé si te gustaban de verdad porque en esas cosas como en otras, parecías ser mi espejo y borrar tus propios gustos.  Encendió velas y esperó al solsticio de verano. 

 
Y ya.  Hoy pude mirarme en el espejo.  Escucho mi corazón latiendo, miro el sol esparcir sombras y luces sobre mi piel mientras me baña y te escribo esta carta que será polvo al viento porque nunca te la enviaré.

 

1 comentario:

  1. Llevaba tiempo sin visitar este rincon, y mira con lo que me encuentro... Revelador relato... de ficcion? Bueno, cada vez me convenzo mas de que nada es mas ficticioso que la realidad, y vice versa...

    LiSA

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