Translate

lunes, 1 de marzo de 2010

Crónicas del armario rojo

(Fragmentos del inconsciente)

La desigualdad se alimenta de quienes se niegan a verla.”

Las puertas del armario rojo se abrieron de par en par y de él salieron libélulas y mariposas de toda índole. Extrañamente, las mujeres y hombres que lo habitaban, se tardaron más en decidirse. Asomaban sus cabezas poco a poco desde las esquinas de las puertas y lanzaban miradas de sospecha a los sapos azules que dormitaban en las cercanías. Cuando al fin una mujer se atrevió a sacar un pie del armario rojo, miles de sapos se abalanzaron sobre ella y los demás habitantes del estrecho mundo miraron con horror cómo se la tragaron pedazo a pedazo.
Cerraron las puertas del armario con trancas y pestillos, y continuaron devorando mariposas y libélulas para sobrevivir.

æ

Se dijo a sí misma: “Nada como acurrucarse en el armario rojo. Entrar en su espacio pequeño y apretado, sentir sus paredes lisas y resbalar en la humedad que provocan nuestros suspiros cuando chocan con la madera que nos rodea. ¿Cuántas cabemos en él? Una, dos, tres… tal vez un mundo completo, conglomerado en estantes, gavetas y tubos de los cuales colgar el alma y los amores”. Se repitió: “Nada como acurrucarse en el armario rojo…” La verdad, es que ya quería resbalarse hacia fuera de él para seguir con la vida.

æ

“Amante es quien te ama, y yo te amo”, le dijo la otra. Ella miró al fondo del armario y su imagen le vino devuelta desde un pequeño espejo roto y opaco y se preguntó cuánto de amor podía haber para ellas en el oscuro abismo de odio que rodeaba el armario rojo.

æ

Devoró cientos de mariposas amarillas y anaranjadas. El polvillo agrio de sus alas le cubría la cara y resbalaba por su cuello húmedo de deseos y nostalgia. Sentía a sus vecinas y vecinos de armario tratando de pasar el día, concentrándose en cada segundo para no pensar en la eternidad. Aburrida, raspó con su uña la pintura de su estante y vio que bajo la capa roja, se escondían unas letras negras y gruesas. La palabra soledad quedó abierta y desgarrada en la madera del armario y una astilla se le enterró en el dedo al tocarla. Su propia sangre tiñó de rojo el armario de nuevo.

æ

Ya estaba cansada de las mariposas. Le revoloteaban en el estómago y aún así tenía hambre. Tenía sed. Recordó las letras negras justo cuando un hombre le mordió el pie. No se lo mordió por hambre. Se lo mordió por miedo.

æ

Una nueva voz rompió el silencio jadeante del armario. Ella leía en voz alta. Leía rápido para sobrepasar la velocidad con la cual su sangre recubría las letras que ella arrancaba de la madera con uñas y dientes. La perversidad de la situación no la detuvo. El calor era insoportable y las mariposas agobiadas dejaron de revolotear para posarse en su cuerpo desnudo y vestirla de alas y sueños. Sus manos y brazos le ardieron hasta que las semillas de las mariposas le cerraron las heridas y pudo leer. Leer a gritos. Su estante ya no era rojo.

æ

Cuando miró hacia el fondo del armario, ya no estaba el espejo. No había amante. No había mariposas. Su compañera en el armario rojo era la desigualdad… era la amante que prometía otra vida secreta, la ama benévola que repartía limosnas, la madre avergonzada, el jefe que la manoseó, la amiga que la abandonó, el miedo que la silenció, la noche al descampado y con hambre, la idea efímera de que podía encerrarse a sí misma en un hermoso y brillante armario rojo… Las mariposas que habitaban su piel florecieron y ella desapareció hecha una nube de alas dulces. Sobre su estante, iluminado por la luz de luna, quedó escrita la palabra equidad.

No hay comentarios:

Publicar un comentario