De repente eres una imagen que parece ajena.
Una cadena de besos que se rompe abruptamente.
Una huida que persigue la posibilidad de sobrevivir al amor.
Un amor que se reconoce incapaz de vencerlo todo porque así
es la vida.
Hay cosas que vencen al amor.
Cosas como la caída
de los sueños que adornaban el árbol de la vida.
Cosas como un café que pierde su magia y se convierte en un
brebaje de amarguras.
Cosas como besos que se pierden en una piel ausente.
Cosas como una cama que se hizo pequeña a la hora de poner
fronteras.
Cosas como un cuerpo que solo sabe de dolor.
Cosas como un dolor que se instaura en el centro de todas
las sensaciones y las borra a todas.
Una llamada sin respuesta.
El pensamiento práctico que es incapaz de reconocer los
alaridos del alma.
La velocidad del viento huracanado que deja a los pájaros
sin nido.
Las pelusas sin barrer que se convierten en un imán para la
discordia.
Las discordias ajenas que se nos pegan del pecho y bloquean
los abrazos que sí nos pertenecen.
Las noches sin sueño y sin sentido.
Las mañanas llenas de gente pero inmensamente solitarias.
Las tardes agotadas más allá de la posibilidad de ver un
atardecer.
La pérdida del asombro.
La conciencia de que todo es efímero y por lo tanto
desechable.
La necesidad de lo permanente.
Los desechos tóxicos de los ayeres.
Las ventanas que se asoman a un futuro negro.
Las puertas que nos negamos a abrir por miedo al león que se
esconde tras ellas.
Las vidas paralelas que jamás se tocan.
Los cuentos que debimos callar.
Las verdades que debimos decir.
Los kilómetros de carretera y de tráfico pesado que nos
condenan a vidas separadas.
Las cervezas frías que llegan tibias.
Los momentos que debieron importar más que las cervezas.
La mente que no cede su espacio.
El corazón que se agota.
La mente que sabe que el corazón también es un pensamiento
de ella.
El corazón que insiste en ser valorado.
Los pies siempre listos para correr.
Las listas de prioridades afectivas.
La búsqueda de la madre ausente.
La huida de la madre presente.
La violencia auto infligida.
La violencia que nos regaló la infancia.
La violencia que camina con nosotras.
La ira.
La tristeza perniciosa.
La idea equivocada de lo que es ser feliz.
La idea aún más equivocada de que siempre alguien nos
abandonará.
La certeza falsa de que el amor siempre es bello.
La necesidad de sentir euforia.
La necesidad de parecer felices.
Las miradas ajenas que se convierten en espejo.
Las opiniones ajenas con sus mochilas de terrores propios.
Las expectativas.
Las desilusiones.
Las traiciones aunque sólo existan en la cabeza.
La combinación explosiva de todas las cosas ya enumeradas y
de las que no quiero decir,
sin importar quién las trajo, las sintió o las pensó porque
al final son de las dos,
como era de las dos el amor,
como es de las dos el adiós,
como será de las dos un recuerdo que necesita ser escrito
para perdurar más allá del umbral del próximo amor.
31 de octubre de 2017
Antigua, Guatemala